Esta vez eres tú quien ha venido. Apenas una sombra
curiosa que aparece y desaparece con la suave oscilación de las
cortinas. Tu sonrisa de fauno trepa hasta alcanzar la orilla de mi
cama, tus dedos marcan un compás sobre las protuberancias de mi
columna. Bisbiseas y el llanto empieza a menguar. Te pido que no te vayas y tú
niegas, ambiguo, sin dejar de dibujar la línea de mi espalda. Intento
aferrarme a tu calor. ¡Qué pequeña luzco a tu lado, qué tonta y
aniñada!
El sonido de tu risa me sonroja el corazón.
—
Quisiera ser la reina de las nieves y congelar nuestro
tiempo — te susurro. Tus brazos me ciñen con fuerza, esa es la única respuesta
que te permites, la única que puedo obtener.
.
.
.
A la
mañana siguiente me despierta el aroma a mandarina: una fruta reposa sobre la
almohada vecina. En la cáscara anaranjada se aprecia una expresión sonriente, cortesía
de un rotulador…
Somnolienta,
me río. Creo que tengo el incentivo necesario para afrontar la semana de exámenes
que se me viene encima…