viernes, 24 de mayo de 2013

Octantis - Segunda parte (IV)



IV

El hombre le sostiene la pantorrilla para ayudarla a enfundarse las bragas. Con cuidado, sube aquél trozo de tela rosada por encima de sus rodillas, de sus muslos, de su entrepierna. Listo. Se vuelve entonces para tomar el brassier, revuelto entre el amasijo de ropas que minan el suelo. La pieza hace juego con la prenda inferior y tiene unos lirios bordados en las copas. Tanis-Soo Jin se aparta el cabello de medio lado, baja los párpados al sentir el beso en la nuca y percibe el leve tirón del broche del sostén. Ella medita, quiere llenar el silencio. Admira la obra que sus cuerpos han creado sobre la cama de hotel, se deleita con el olor del sexo y de la colonia almizclada de su compañero. En el cenicero de la mesita de noche se levanta la estela de humo de uno de sus Seven Star.

— “La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes qué te va a tocar” —cita, rememorando una de las películas favoritas de su madre— pero ¿qué tal si te toparas dos veces con el mismo sabor?

Su acompañante no responde. Se escucha el ringtone de un celular: es la realidad exigiéndolos de regreso.


***


Suk Chul está mirando una película. Se trata de “La noria de la señorita Pink”, uno de los primeros films de su esposo. La trama iba centrada en una joven que se queda atrapada dentro del cubículo de una noria en una noche otoñal y es testigo de un asesinato; en el suceso está involucrado uno de sus conocidos.

So Ra, solícita como es usual, rellena el tazón de los bocadillos y la tetera. Suk Chul contempla a la protagonista en la pantalla, encerrada en ese pequeño espacio, a la deriva; luego, la detonación, la sangre…desvía la mirada hacia una de las paredes laterales, observa el retrato de matrimonio que cuelga sobre la repisa de la chimenea.

—Coreano busca coreano, ésa es la regla. Haz lo que tengas que hacer con tu extranjera y luego déjala.

Dae Hyun, inclinado en el suelo, aprieta los puños sobre sus rodillas.



En la película, el cubículo se balancea con el viento, la joven está en shock. Pronto deberá tomar una decisión. En su interior es consciente de cuál es su deber, no obstante, una pequeña porción de su espíritu, a la que sería más factible no oír, sigue preguntándose si tomará el camino correcto.

***


Recorta eso, introduce aquello, se necesita más luz en esta toma, ¿qué grupo se encarga de esa locación, A o B?, la sala de edición del departamento de dramas se ha visto rebosante de actividad estos días.

Lee Minho y Moon Geun Young han estado encontrándose a menudo para trabajar en su “química”, practican juntos los diálogos de sus personajes e investigan acerca de los Norebang; el director ha tenido una charla con la escritora y han convenido en que se grabaran unas pocas escenas que incluyan esos sitios de “karaoke” para mantener una cierta concordancia con el ambiente en el que Mark y Callie se conocen en el libro pero sin ser demasiado explícitos, hay que respetar protocolos, después de todo (Ifigenia no estuvo segura de entender en qué consistía ese supuesto protocolo, empero, prefirió reservarse sus opiniones).

Minho ha terminado sus ensayos de aquél viernes. Se enjuaga el rostro con agua y se mira en el espejo rectangular del tocador de caballeros. Todavía no se acostumbra a llevar barba. Observa la línea de vello que ha “colonizado” su labio superior, cómo parece chorrear cerca de sus comisuras hasta cerrarse por debajo de su mentón. Luce desaliñado, desaliñado como un policía retirado y divorciado. Perfecto. Se encamina hacia la salida, en el pasillo, escucha por casualidad la conversación de dos funcionarias del departamento:

—…ha vuelto a quedarse dormida en la oficina de guionistas ¡es la tercera vez esta semana! Los extranjeros son muy perezosos… ¡Oh, es Lee Minho! —murmura la mujer, ruborizándose al reconocerlo.

Minho sonríe y hace una inclinación con la cabeza. Detrás se escuchan los murmullos excitados de las mujeres. Él no detiene su marcha, aunque no puede decir que sabe hacia dónde lo conducen sus piernas…

…y luego topa con la puerta entreabierta de la oficina de guionistas.

¿Por qué ha ido hasta allí? ¿Por qué empuja la puerta y se introduce en la habitación? Debería irse, tiene una agenda que atender y la luz está apagada, no hay nadie allí. ¿Tal vez malinterpretó las palabras de la muchacha del corredor? Hace ademán de girarse, no obstante, lo frena el sonido del ronquido.

A su derecha, descansando encima del escritorio, la cabeza recargada sobre los brazos puestos en forma de almohada, está la escritora. En su rostro trigueño se aprecian unas franjas solares, cortesía de las persianas de la ventana que permiten el paso de los últimos rayos de la tarde. El cerebro de Minho activa las alarmas, tiene que abandonar ese lugar ahora mismo. Lo más sensato sería seguir su instinto pero, aparentemente, él no está en condiciones de lidiar con su cordura en ese instante. De hecho, se está preguntando si la señorita Zambrano no tendrá frío: esa camisa color melocotón que lleva no es muy abrigadora y el aire acondicionado está helando la oficina. De acuerdo, se asegurará de que la mujer esté bien cubierta y después se marchará, es lo menos que puede hacer un caballero.

Sondea la zona en busca de alguna chaqueta, ayudándose con la leve iluminación de las ventanas. La señorita Zambrano continúa roncando, impasible. Rendido, Minho baraja la posibilidad de cederle su sobretodo negro y no puede evitar morderse la cara interna de la mejilla ante un pensamiento: aquella sería la segunda cosa que le entrega a esa descuidada mujer. Suspira, sacando los brazos de las mangas y acercándose a la “ruidosa” durmiente, levanta un poco los brazos para colocarle el gabán. Minho no se fijó en el reloj de pulsera de ella, de haberlo hecho, quizá habría podido anticipar el pitido de la alarma…

— ¡Estoy despierta! —exclamó Ifigenia, enderezándose de sopetón. Sus ojos cafés estaban abiertos de par en par y un mechón azabache pendía sobre su frente en línea diagonal.

Resulta difícil decidir cuál de los dos compuso la expresión más cómica: ella, con la boca abierta por un bostezo que se le pasmó al reparar en la persona que tenía adelante; o él, pillado in fraganti con los brazos alzados sosteniendo el sobretodo, las cejas arqueadas y los ojos paralizados de vergüenza. Por suerte, uno de los dos era actor.

—Buenas tardes — balbuceó Minho en coreano, colgándose el gabán por encima del hombro con un aire nervioso que quiso hacer pasar por displicente.

— ¡Espere! — Dijo Ifigenia, impidiéndole escabullirse por el umbral.

—¿Sí?

—Yo... —ella juntó las manos en señal de súplica — ¿puede…invitarme un café?


*


Mocaccino sin azúcar. Ifigenia sorbe el café, lento, y, al bajar el vaso de plástico, exhibe el clásico bigote de espuma. Minho la observa en el extremo opuesto de la mesa, por mero reflejo, se acaricia el labio superior con un dedo. Ninguno de los dos ha pronunciado palabra en minutos. Ella se aclara la garganta y examina la cafetería con curiosidad.

—No hay muchos clientes ¿eh?

—No suele haberlos a esta hora —contesta él en inglés.

—Ummm…—otro sorbito a la bebida, un tamborileo de dedos sobre el borde de la mesa— ¿De qué es el suyo? — comenta, fijándose en el vaso de su acompañante.

—Latte descafeinado.

—Ése es bueno.

—Lo es.

Ifigenia arrugó la nariz y ladeó el rostro hacia el mostrador, en el que se exhibía toda una colección de accesorios “cute”. Hurgó en su mente, sin embargo, el cansancio la tenía embotada y no era capaz de hallar un tema interesante para conversar. A buena hora se le había ocurrido soltar aquella absurda proposición.

«Invítame un café y luego dispárame por ser tan idiota. Gracias.»

— ¿Señorita Zambrano? — llamó Minho. ¿Acaso había estado hablándole?

— ¿Eh?

—Le preguntaba acerca de su estancia en Corea ¿qué le ha parecido?

—No es un país en el que quisiera vivir de forma permanente — Minho enarcó las cejas ante su respuesta. Lo había dicho sin anestesia, sin filtro, como solía sucederle cada vez que la pillaban desprevenida.

«Esto no está funcionando» pensó, abochornada y con ganas de estrellar su cabeza contra una pared. ¿En qué lío se había metido?





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Acabo de poner este cap y, mientras tanto, escucho My Little Princess...ains...*maripositas mariconas*....

Feliz día,

mis tulipanes rojos para ustedes...

Belle.

lunes, 15 de abril de 2013

Octantis - Segunda parte (III)


III

Lucía encontró la blusa por casualidad. Era un modelo anticuado, de cuello Mao y mangas cortas, que tenía unas leves manchas rosáceas en la zona del pecho. La muchacha metió el cesto de mimbre con los trapos viejos de su tía en el armario y terminó de abotonarse la blusa, probablemente su ropa no tardaría en secar. Sacudiéndose el cabello mojado en una toalla se aproximó a la salida del cuarto; el rumor nostálgico de un piano llegó a sus oídos, amortiguado por la puerta. Lucía se dio el lujo de aventurarse al pasillo descalza.

En el salón, la tía Tanis se reajustaba las gafas con el meñique mientras apuraba unos apuntes en un bloc. La mujer no cayó en cuenta de la presencia de su sobrina hasta que ésta, asustada por el rugido de un trueno en las afueras, liberó un jadeo lastimero. Entonces, los ojos marrones de Tanis se fijaron en ella. Lucía se preguntó si no habría imaginado aquél leve tirón en la mejilla de su tía un segundo previo a la franca sonrisa habitual.

—¿Te gustaría tomar una copa de vino? El merlot va muy bien con Chopin — dijo Tanis, haciendo un gesto hacia el reproductor de música. 

—Sí.

—Vale, dame un momento.

Lucía asintió, arrojándose sobre uno de los sillones que circundaban la mesita de té. En el acto, sintió un pinchazo en una nalga y, mordiendo una grosería, metió la mano en una hendidura lateral del asiento para conocer la causa: una pluma fuente. 

—¿Otra estilográfica? Había una como esta en el baño también — comentó, dejando traslucir su curiosidad. 

—Sí, es por precaución— replicó la voz de Tanis desde la cocina— Me gusta tener pluma y papel al alcance de mi mano por si tengo alguna “epifanía”.

—¿Tenías una epifanía ahora? — cuestionó la muchacha, mirando el bloc de notas que su tía sostuviera minutos antes, encima del sofá. 

—Nah, unas visiones desvaídas nada más…— dijo, sus pisadas retornaban al salón.

—¿Sobre qué? 

—Recuerdos — murmuró Tanis, extendiéndole la copa. El segundo trueno consiguió arrancarle un destello a los cristales de sus lentes. Esta vez, Lucía se convenció de que el tic de su mejilla había sido autentico. — Bueeeno, es obvio que este chaparrón no menguará en un rato ¿qué tal si me cuentas sobre ese novio tuyo que te tenía tan mortificada? — propuso, conforme se llevaba la copa a los labios y lanzaba un rápido vistazo al pecho de la vieja blusa que usaba su sobrina.

***

Hee Jin había hecho la sugerencia, el “no” de Ifigenia había brotado inconscientemente. No, no mandaría la blusa a la tintorería, no era necesario ¿a quién le importaba la blusa? Luego podía ir a comprar otra en el mercado de Namdaemun. 
La curiosidad, ése era el tema que Ifigenia deseaba zanjar. 

—Hee Jin-ah — llamó. La aludida, que se hallaba evaluando el itinerario de la siguiente semana, volvió su rostro hacia ella — ¿eres fan de Lee Minho? 

—¿fan? — Hee Jin parpadeó, la pregunta la había atrapado con la guardia baja: no logró controlar la franja de rubor que le coloreó las mejillas. 

«Te tengo» pensó Ifigenia, un brillo peculiar se instaló en su mirada cobriza.

—¡Qué buena suerte! — exclamó, juntando las palmas de las manos y rotando la silla de la computadora en su dirección. — Supongo que no te importará que te haga unas preguntas ¿verdad?

—N-no — replicó Hee Jin, su boquita de muñeca Kabuki se torció en una sonrisa falsa.

La atmósfera se inoculó de suspense; de esa pesada sensación que te hace contener el aliento cuando observas un show de cuchillos: Hee Jin era la asistente atada al tablero e Ifigenia, el lanzador. Cada pregunta era una hoja afilada que volaba, veloz, certera, hacia la diana y Hee Jin tenía que esforzarse para captar el ritmo y confiar en que el diestro lanzador no la dañaría, ni pretendía hacerlo. “¿Cuándo debutó Lee Minho como actor? ¿Quiénes son sus padres? ¿Tiene una carrera universitaria? ¿Por qué te gusta? ¿Cuál ha sido su papel más aclamado? ¿Eres cercana a él? ¿Por qué quiso ser actor? ¿Contribuye con alguna organización benéfica? ¿Tiene club de fans? ¿Eres miembro? ¿Ha tenido novia? ¿Se ha visto involucrado en algún escándalo?...”

—¿Por qué de pronto tiene interés en todo esto? — inquirió Hee Jin, aprovechando la pausa reflexiva de su interlocutora. 

—Me motivan fines profesionales, por supuesto — respondió Ifigenia, adoptando una postura india sobre la alfombra y sacudiendo la colilla del Seven Star sobre el cenicero — Él va a interpretar a mi personaje. 

Hee Jin no entendía cómo podía serle útil a ella esa información pero optó por guardar silencio.

*


—Gracias por tu duro trabajo — dijo el fotógrafo.

—Usted también lo ha hecho bien — Minho hizo una reverencia. La modelo que había sido su pareja en la sesión le dedicó una mirada coqueta al avistarlo abandonando el plató fotográfico. Él le correspondió con una sonrisa de labios apretados y se adentró en el pasillo que conducía a su camerino para devolver el vestuario.
.

Al salir rumbo al estacionamiento su mánager se dirigió hacia él con un gruñido:

—Estás cojeando otra vez. 

Minho arqueó las cejas — No lo había notado.

—Ya — murmuró su hyung, desactivando las alarmas de la camioneta. — Sé que te gusta apegarte a la piel de tus personajes pero ¿podrías reservarte esa cojera sólo para cuando vayas a grabar? Recuerda lo que le ocurrió al actor británico que hacía de Doctor House…

—Lo tendré en cuenta — respondió, cerrando la puerta trasera.

—Excelente. Ahora, atendiendo a otros asuntos, me comunicaron que la actriz principal ya ha sido confirmada. La rueda de prensa será muy pronto. 

—¿Quién es la protagonista?

—La señorita Moon Geun Young.

—Hum…ella estudió literatura coreana ¿cierto?

— Sí, creo que sí ¿por qué?

«Si es así tendrá cosas en común con la escritora» pensó Minho. — Por nada, hyung. ¿Te importa si me tomo una siesta? 

—Adelante. Estaremos en la agencia dentro de veinte minutos. 

Minho se reclinó con comodidad en el asiento y chequeó su celular para cerrar la ventana de red que tenía abierta: “Ifigenia Zambrano recibe galardón del concurso Terminemos el cuento”. Acto seguido, se dispuso a dormir. 

*

Adaptar un guión a un libro de trescientas páginas no era simplemente coser y cantar. Y si a eso le sumabas las dificultades que acarreaba la traducción de ciertos términos a un idioma extranjero, la situación adquiría un cariz demoledor. Encerrada en el departamento de dramas de la SBS, a Ifigenia le estaba costando resistir el impulso de mesarse los cabellos, en tanto, le explicaba por tercera vez a su compañera, la guionista Yoo, el significado de la expresión “Jalar bolas”, que ésta había señalado en el libro.


Presión, presión, presión. Que si el elenco y los actores principales están listos, que si el espacio para emitir está pautado, que si el presupuesto está cuadrado, que si las ubicaciones de grabación, que si los contratos, que si la banda sonora, que si el Schedule; tic-tac, tic-toc ¿dónde está el guión?


—Parezco el cadáver de la novia — dijo Ifigenia una tarde, admirándose en el espejo del aseo de damas. 


Su habitación de hotel se había convertido en un tiradero de envases de ramen y Pop Top porque había prohibido la entrada del personal de mantenimiento. “Hacen demasiado ruido con sus aspiradoras y tengo que concentrarme en el trabajo” fue la excusa que le dio a Hee Jin. Casi nunca salía del cuarto, salvo para ir a reunirse con los guionistas, y no recibía visitas. Las interacciones con su niñera (como había apodado a Hee Jin) se limitaban a cortos mensajes de texto en los que le notificaba sus avances.

“No te presiones demasiado”, le había escrito en una ocasión su hermana Cecilia en el chat de Skype. “Decir eso en Corea es una blasfemia”, había contestado ella medio en broma. 

Por fin, a mediados de abril, consiguieron armar una trama coherente y fluida que abarcaría once capítulos de una serie que estaba planteada para veinticuatro. El equipo sometió los escritos a evaluación y, gracias al cielo, hubo una ola de aprobaciones. 

—Maravilloso. Con esto será suficiente por ahora — dijo el director, encabezando la mesa de reunión.

—¿Por ahora? — cuestionó Ifigenia.

—Así es, nunca se sabe cuando puedan presentarse dificultades con un actor o cómo nos recibirá la audiencia, siempre hay que estar preparados para la tempestad. Gracias a todos por su ardua labor. Mañana haremos el comunicado de prensa y, si todo sale bien, Obsidiana estará al aire en agosto. 
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.
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La costura del vestido la estaba matando y los zapatos de tacón le habían producido ampollas. Ifigenia se humedeció los labios con la lengua y reprimió un juramento cuando el flash de una cámara la capturó desprevenida. Sentía los ojos irritados y lamentó no haber metido unas gafas oscuras en su bolso de mano.

—Tenga — murmuró Hee Jin, apareciendo a su lado, como si le hubiese leído el pensamiento. — Deberá quitárselas una vez que todos estén en el auditorio, pero puede usarlas un rato para descansar la vista en lo que los reporteros se abalanzan sobre los actores. 

—Mujer, siempre me cubres las espaldas, gracias. 

—Aunque me gustaría llevarme el crédito, no he sido yo — objetó la muchacha. Y se esfumó para acatar una orden del director antes de que Ifigenia pudiera pedirle que justificara sus palabras.


El gran cartel promocional de Obsidiana servía de fondo para las fotografías y para el mesón con micrófonos y agua mineral que ocuparía el equipo durante la rueda de prensa. A Ifigenia le sudaban las manos, la boca de su estómago ardía. 

«Está bien, estoy acostumbrada a las entrevistas», canturreó en su mente. No obstante, bastaba una mirada hacia la entrada del auditorio para que la bilis le quemara la garganta. Se revolvió, incómoda, sobre la silla. 

—¿Nerviosa? — preguntó el guionista Jung Hyun Jung, a su derecha. 

—Un poco…más bien bastante.

—Todo estará bien, trataremos de que enfoquen sus preguntas en nosotros — intervino Moon Geun Young, sonriendo mientras se sentaba tres sillas a la izquierda.

Ifigenia apreció aquél gesto. La señorita Moon había estado en el estudio un par de veces durante el desarrollo de los guiones, demostrado un sincero compromiso con su personaje y un genuino interés por la historia del libro, que no vaciló en volcar en preguntas para su autora; ambas habían hecho buenas migas.


Lee Minho fue uno de los últimos en acceder al recinto. A Ifigenia le parecía como si el encuentro en la heladería hubiese sucedido hace siglos; escudada tras el cristal ahumado de las gafas, lo contempló más tiempo del que dictaba la cortesía, y más aún del que ella habría estado dispuesta a tolerar de haber sido consciente de su propia actitud.


Continuará…

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Espero que pronto puedas leer estas líneas. Pronto, pronto, pronto...

Belle.


lunes, 1 de abril de 2013

Octantis- Segunda parte (II)


II


“Estoy loco, sí, seguramente sea eso, pero ¿quién puede rebatirme? ¿Quién convencerá a mi corazón de que esa criatura no forma parte de mi carne, que no merece la veneración de mi cuerpo ni la entrega de mi alma?...hombre, mujer, ¿qué más me da? ¡Es mía, es mía y nadie podrá impedirme reclamarla!”, dijo Mark, encarando el múltiple reflejo de sus ojos en los fragmentos del espejo roto…

El señor Lee cerró el libro y lo guardó en su maletín, leyendo una vez más el título del manoseado ejemplar antes de girar la llavecilla de metal en la cerradura.

Era jueves. Un jueves soleado y tranquilo en Villa Seúl.

      ¿Tío Lee? — dijo una vocecita a sus espaldas.
      ¿Cómo estás, Si Ah? — contestó él con una sonrisa, apartándose del ventanal.
      Bien— comentó la muchacha, sonriéndose. — La abuela y mamá te esperan.

Si Ah lo condujo por un estrecho corredor en cuyas paredes se apreciaban cuadros con fotografías, unas en blanco y negro, otras a color. El señor Lee reconoció a sus padres en varios retratos; también vio a un muchacho larguirucho y con el pelo azabache en punta, que se perpetuaba como una sombra en los momentos capturados por los flashes…

“Sólo el tiempo es poco…”, citó en su mente, recordando las líneas de un drama.   

Su sobrina se apartó mientras abría la puerta corrediza. Al entrar, el señor Lee puso el maletín en el suelo y saludó a su madre con una reverencia, luego hizo ademán de sentarse sobre sus pantorrillas.

    Deja eso, no es bueno para tus rodillas. Adopta una postura más cómoda — ordenó la madre.
El señor Lee obedeció.
 No estás con tu esposa — observó la hermana, situada junto a ella, como si aquél hecho denotara alguna fatalidad.
      Suk Chul cree que aún estoy en Busan.
      ¿Viniste primero hasta aquí? ¿Por qué? — preguntó su noona mientras servía el té.
      Estás evitándola por lo de Dae Hyun — intervino la madre, levantando el meñique al sorber su bebida — Pero eso no es todo.
El señor Lee hizo un amago de sonrisa.
      No puedo volver a ella, no cuando tengo los ojos tan empañados por el pasado — murmuró.
      ¿Qué piensas hacer con respecto a Dae Hyun?
      Él está determinado, aunque Suk Chul no cederá tan fácilmente — el señor Lee aceptó la taza que le tendía su hermana — sin embargo, algo me dice que, ya sea con nuestra aprobación o sin ella, Dae Hyun se casará con la chica. En ese sentido es tan tozudo como su madre, y además cuenta con el estimulo de la juventud, que le da a uno cierta sensación de temeridad — rió — yo también lo viví.    
      Exacto. Y tomaste la decisión correcta.
      ¿Lo hice? — el señor Lee bajó la taza y miró directamente a su madre — Últimamente se me viene a la mente aquella conferencia de 2009 en la que me preguntaron qué superpoder me gustaría tener. La capacidad de retroceder en el tiempo, sin duda…saber qué habría sucedido si yo…
El pasado es una cuna de fantasmas, hijo. No los persigas.

El señor Lee contuvo un suspiro y apuró de un trago lo que quedaba del té. Después de unos minutos de silencio se dirigió a su madre: — ¿Puedo pasar la noche aquí?

***

      ¿Todavía con ese libro? Creí que sólo lo tenías para impresionar al staff — dijo el mánager, mirando hacia el asiento trasero a través del espejo retrovisor.

Minho pasó otra página, su expresión concentrada no se alteró ni un ápice, como si no hubiera escuchado las palabras de su hyung.

      Como sea — prosiguió éste — escuché que Hyun Bin rechazó la audición en el último minuto y que Park Shi Hoo está envuelto en un escándalo, por lo que ninguno de tus competidores principales representa un obstáculo ahora — se escuchó el chasquido de un mechero — Es una lástima lo del señor Park, uno no puede ser lo bastante cuidadoso estos días. Me alegra que tú seas un hombre prudente.

 Minho cerró el libro y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, murmurando para sí mismo algo parecido a “con que era por eso”.

      ¿Y la escritora estaba allí? ¿la extranjera? ¿Cómo es? Un hyung de producción me dijo que era joven.

«Lo es. Debe ser al menos unos cuatro o cinco años menor que yo», pensó Minho, sintiendo una leve punzada de irritación.

      Yo escuché que ella no quería a nuestro Minho para el papel — comentó el estilista desde el lado del copiloto.
      ¿¡Cómo!? ¿¡Y qué tiene ella que decir sobre nuestro muchacho!?
      Hyung, ¿puedes detenerte en ese callejón, por favor? — interceptó el “muchacho”.
      ¿Hum? ¿Allí? ¿Por qué?
      Helado — fue la simple respuesta.
*

Ifigenia está sentada en una de las mesas del fondo, con una servilleta recoge las migajas de la barquilla. Sus pensamientos siguen en la SBS. Aparentemente, ha cometido una imprudencia hoy. Baja la vista, el ejemplar de Obsidiana reposa cerca del portapapeles que contiene los perfiles de las candidatas para el rol de Callie.

      Moon Geun Young, Yoon Eun Hye, Min Hyo Ri…— se detiene, cierra la carpeta. Es imposible para ella memorizar tantos nombres. Contempla la servilleta hecha una pelota, aún no ha tenido suficiente helado. Chequea el reloj: Hee Jin está retrasada, se supone que la acompañará al hotel. Ifigenia le envía un mensaje de texto y se prepara para consumir otra porción de red velvetHace ademán de incorporarse y avanza hacia el mostrador, los pasos cortos arriban a su destino a la par con las zancadas del otro cliente. Ifigenia hace una mueca y se pone delante del sujeto: ella ha llegado primero. Detrás se oye una risita.

Realiza su pedido, no se le escapa el gesto divertido de la vendedora ante su nada fluida pronunciación del coreano. Más tarde se quejará con Hee Jin. Esboza una sonrisa de cortesía y acepta la copa de helado, al girarse mira de reojo al otro individuo de la fila…la cucharita con su primer bocado se detiene a medio camino: Lee Minho está frente a ella. Está usando gafas y tiene puesta la capucha de un suéter pero definitivamente es él.  

Lee Minho, el actor que había rechazado, la persona que la había impulsado a recitar las líneas de su propia novela durante el casting de aquel día; el hombre que no se había desprendido de su cabeza desde entonces. Ifigenia dio un paso hacia atrás y pegó la espalda del mostrador.

      ¿Ocurre algo, cliente? — pregunta en coreano la vendedora.
      No — niega Ifigenia, alejándose. Por suerte, sus reflejos evasivos son de acción rápida.   
      Disculpe — la interpela una voz masculina. Ifigenia se remonta a horas atrás, todavía tiene frescas en su mente las miradas atónitas de sus “colegas” cuando, impulsada por esa misma voz, se levantó de su silla de jurado y comenzó a recitar las líneas de su propia novela junto con el aspirante número doce.
      ¿Sí?
      Su blusa…— el hombre carraspeó —…se manchó “allí” con el helado…— y le extendió una servilleta.
Ifigenia se auto-examinó: en efecto, unas gotitas de red velvet se escurrían por el pecho de su blusa blanca.
      Caray…— ella alargó la mano para recibir el papel.    

Los dedos se tocaron, fue un roce mínimo. Ifigenia dio unas rígidas gracias. Minho se limitó a inclinar el mentón y le volvió la espalda, en el bolsillo izquierdo de su pantalón se escondió un puño. Ella corrió a refugiarse a la sombra de su mesa y lo estuvo espiando por el rabillo del ojo hasta que se marchó. No sería hasta mucho después que caería en cuenta de cierto detalle: al salir de la heladería, el señor Lee estaba cojeando.



Esa noche, un paparazzi que había reconocido a Minho lo fotografió por casualidad al avistarlo fuera del local; por su parte, la foto que tomó de la extranjera había sido un simple antojo (¿tal vez una corazonada?). No había forma de vincularlos para un escándalo, ni para alguna noticia que valiera la pena mencionar en la sección de farándula.

Bueno, quizá no por el momento. Sin embargo, un buen paparazzi sabía “esperar”.   
.
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«¿Por qué cojeaba? En el estudio no mostró dificultades para caminar».
Ifigenia para de teclear y entrelaza las manos por debajo de la barbilla. Hace tres horas que está en el hotel. Su cabello negro gotea sobre la toalla que tiene alrededor del cuello. Frunce el ceño y chasquea la lengua, «y a mí qué me importa», se regaña mientras apaga el ordenador y retira el pendrive del puerto USB. Mañana seguirá trabajando en el bosquejo del guión para la mini serie (una de las condiciones que había estipulado en el contrato con el señor de apellido impronunciable).

Se tumba en la cama en posición de cruz y fija la vista en el techo. Apenas si siente sus posaderas, no ha aprendido a relacionar los nombres del equipo con sus caras, su coreano es pésimo y ha tenido una metedura de pata fenomenal para alimentar a las malas lenguas, como si la buena sociedad coreana no tuviera suficiente con que señalarla. Si lo piensa bien, su primera jornada en la SBS no ha estado tan mal.

«¿Qué estoy haciendo aquí, tan lejos de mi hogar, de mi familia, de mi tierra y mis costumbres?». Ifigenia se acurruca de costado y mira el teléfono encima de la mesita de noche, las lágrimas afloran en sus ojos. Otra vez el fastidioso síndrome del extranjero. Le dan ganas de volver a encender la computadora y activar el skype, de repente consigue pescar conectada a su hermana Cecilia y charlan un rato. No. No, no, no. ¿Acaso no se prometió que viviría una aventura, que iría con ese viaje hasta sus máximas consecuencias? Pues sí, lo hizo. Y Tanis Ifigenia Zambrano no es una mujer que se retracte de sus promesas. Si llama a su hermana, tomará el primer vuelo de regreso a casa. No, mejor optar por lo seguro: le escribirá un correo electrónico… una vez que esté más sosegada. Sí, eso hará.

Resuelta esta cuestión, Ifigenia vuelve a pasar revista de su día (la veta masoquista y bipolar era una herencia de su árbol genealógico). Lástima que sus dos candidatos predilectos no hubieran podido comparecer al casting.

Debe aceptar que tuvo que morderse la lengua luego de haber cuestionado mentalmente la posición del director acerca de ver actuar a Lee Minho. Ifigenia recuerda el modo en que lo vio entrar a la habitación, su porte confiado, su expresión determinada, la copia de “Obsidiana” asida en la mano izquierda. En su imaginación puede revivir su sonrisa, la chispa pícara de aquellos orbes oscuros…”demasiado brillante”, había corroborado ella nada más inspeccionar su aspecto. Después había pasado eso. El aspirante número doce se había situado en el centro de la habitación, colocándose detrás de una silla, que había sido dispuesta en ese lugar con un doble fin: reposo e interacción.

Esto Ifigenia lo había captado mediante la observación del comportamiento de los aspirantes. A diferencia de los debutantes, que solo empleaban la silla para el primer caso, los “sunbaes” o actores de mayor rango utilizaban el objeto como un “signo” que los ayudaba a contextualizar su interpretación, a apoyarse en el personaje, como si fuera un trozo de realidad paralela, un trozo del mundo de Obsidiana. Minho había encajado en la segunda categoría. Ifigenia lo ve claro en su cabeza. La transformación de él...como si se quitara un traje y se enfundara otro, el traje de “Mark”. Lo recuerda con el pie recargado en el regazo de la silla, la espalda ligeramente arqueada, los ojos recorriendo los párrafos de las hojas. El director le había dado espacio para que se preparara. Al cabo de unos instantes, el señor Lee había cerrado el libro y se había sentado, con las piernas abiertas y los brazos sobre las rodillas, la expresión desdibujada, “agridulce”, si es que una expresión puede catalogarse de esa manera.

El corazón de Ifigenia late deprisa. Minho se incorpora, de cara a la silla, y  enfrenta al objeto inanimado como si se tratara de un enemigo: “¿Quién convencerá a mi corazón de que esa criatura no forma parte de mi carne, que no merece la veneración de mi cuerpo ni la entrega de mi alma?” Ifigenia también está levantada. “¡Es mía, es mía y nadie podrá impedirme reclamarla!” En el momento en que citó esas últimas palabras, Lee Minho la miró directamente, sus ojos se vieron tan negros como la obsidiana.


Se despierta sobresaltada, el reloj marca las dos de la madrugada. ¿Cuándo se durmió? No lo sabe pero eso no tiene relevancia. Ifigenia se calza las pantuflas y busca el ejemplar de su novela, la edición de bolsillo que su editora le regalara el mes pasado, el librito está en su maleta; pasa las páginas hasta topar con el capítulo dieciocho. Es en ese capítulo donde se aclara la razón de que Mark cojee: una herida de bala que recibió en la pierna derecha. El ex policía no había permitido que le retiraran los fragmentos del proyectil porque eran un recordatorio…

      Será posible…—murmuró Ifigenia — ¿será posible que ese hombre esté asimilando a Mark?
Si eso era cierto, Lee Minho estaba demostrando ser una persona más interesante de lo que ella había creído.

Continuará...

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Está demostrado que la página en blanco no es tan aterradora cuando escribo sobre ti, especialmente en estos días que me tienen con el alma en vilo; esta historia me reporta una alegría. 

Gracias a quien tenga ocasión de leer,

mis tulipanes rojos para ti.



Jackson Pollock by Miltos Manetas