viernes, 24 de mayo de 2013

Octantis - Segunda parte (IV)



IV

El hombre le sostiene la pantorrilla para ayudarla a enfundarse las bragas. Con cuidado, sube aquél trozo de tela rosada por encima de sus rodillas, de sus muslos, de su entrepierna. Listo. Se vuelve entonces para tomar el brassier, revuelto entre el amasijo de ropas que minan el suelo. La pieza hace juego con la prenda inferior y tiene unos lirios bordados en las copas. Tanis-Soo Jin se aparta el cabello de medio lado, baja los párpados al sentir el beso en la nuca y percibe el leve tirón del broche del sostén. Ella medita, quiere llenar el silencio. Admira la obra que sus cuerpos han creado sobre la cama de hotel, se deleita con el olor del sexo y de la colonia almizclada de su compañero. En el cenicero de la mesita de noche se levanta la estela de humo de uno de sus Seven Star.

— “La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes qué te va a tocar” —cita, rememorando una de las películas favoritas de su madre— pero ¿qué tal si te toparas dos veces con el mismo sabor?

Su acompañante no responde. Se escucha el ringtone de un celular: es la realidad exigiéndolos de regreso.


***


Suk Chul está mirando una película. Se trata de “La noria de la señorita Pink”, uno de los primeros films de su esposo. La trama iba centrada en una joven que se queda atrapada dentro del cubículo de una noria en una noche otoñal y es testigo de un asesinato; en el suceso está involucrado uno de sus conocidos.

So Ra, solícita como es usual, rellena el tazón de los bocadillos y la tetera. Suk Chul contempla a la protagonista en la pantalla, encerrada en ese pequeño espacio, a la deriva; luego, la detonación, la sangre…desvía la mirada hacia una de las paredes laterales, observa el retrato de matrimonio que cuelga sobre la repisa de la chimenea.

—Coreano busca coreano, ésa es la regla. Haz lo que tengas que hacer con tu extranjera y luego déjala.

Dae Hyun, inclinado en el suelo, aprieta los puños sobre sus rodillas.



En la película, el cubículo se balancea con el viento, la joven está en shock. Pronto deberá tomar una decisión. En su interior es consciente de cuál es su deber, no obstante, una pequeña porción de su espíritu, a la que sería más factible no oír, sigue preguntándose si tomará el camino correcto.

***


Recorta eso, introduce aquello, se necesita más luz en esta toma, ¿qué grupo se encarga de esa locación, A o B?, la sala de edición del departamento de dramas se ha visto rebosante de actividad estos días.

Lee Minho y Moon Geun Young han estado encontrándose a menudo para trabajar en su “química”, practican juntos los diálogos de sus personajes e investigan acerca de los Norebang; el director ha tenido una charla con la escritora y han convenido en que se grabaran unas pocas escenas que incluyan esos sitios de “karaoke” para mantener una cierta concordancia con el ambiente en el que Mark y Callie se conocen en el libro pero sin ser demasiado explícitos, hay que respetar protocolos, después de todo (Ifigenia no estuvo segura de entender en qué consistía ese supuesto protocolo, empero, prefirió reservarse sus opiniones).

Minho ha terminado sus ensayos de aquél viernes. Se enjuaga el rostro con agua y se mira en el espejo rectangular del tocador de caballeros. Todavía no se acostumbra a llevar barba. Observa la línea de vello que ha “colonizado” su labio superior, cómo parece chorrear cerca de sus comisuras hasta cerrarse por debajo de su mentón. Luce desaliñado, desaliñado como un policía retirado y divorciado. Perfecto. Se encamina hacia la salida, en el pasillo, escucha por casualidad la conversación de dos funcionarias del departamento:

—…ha vuelto a quedarse dormida en la oficina de guionistas ¡es la tercera vez esta semana! Los extranjeros son muy perezosos… ¡Oh, es Lee Minho! —murmura la mujer, ruborizándose al reconocerlo.

Minho sonríe y hace una inclinación con la cabeza. Detrás se escuchan los murmullos excitados de las mujeres. Él no detiene su marcha, aunque no puede decir que sabe hacia dónde lo conducen sus piernas…

…y luego topa con la puerta entreabierta de la oficina de guionistas.

¿Por qué ha ido hasta allí? ¿Por qué empuja la puerta y se introduce en la habitación? Debería irse, tiene una agenda que atender y la luz está apagada, no hay nadie allí. ¿Tal vez malinterpretó las palabras de la muchacha del corredor? Hace ademán de girarse, no obstante, lo frena el sonido del ronquido.

A su derecha, descansando encima del escritorio, la cabeza recargada sobre los brazos puestos en forma de almohada, está la escritora. En su rostro trigueño se aprecian unas franjas solares, cortesía de las persianas de la ventana que permiten el paso de los últimos rayos de la tarde. El cerebro de Minho activa las alarmas, tiene que abandonar ese lugar ahora mismo. Lo más sensato sería seguir su instinto pero, aparentemente, él no está en condiciones de lidiar con su cordura en ese instante. De hecho, se está preguntando si la señorita Zambrano no tendrá frío: esa camisa color melocotón que lleva no es muy abrigadora y el aire acondicionado está helando la oficina. De acuerdo, se asegurará de que la mujer esté bien cubierta y después se marchará, es lo menos que puede hacer un caballero.

Sondea la zona en busca de alguna chaqueta, ayudándose con la leve iluminación de las ventanas. La señorita Zambrano continúa roncando, impasible. Rendido, Minho baraja la posibilidad de cederle su sobretodo negro y no puede evitar morderse la cara interna de la mejilla ante un pensamiento: aquella sería la segunda cosa que le entrega a esa descuidada mujer. Suspira, sacando los brazos de las mangas y acercándose a la “ruidosa” durmiente, levanta un poco los brazos para colocarle el gabán. Minho no se fijó en el reloj de pulsera de ella, de haberlo hecho, quizá habría podido anticipar el pitido de la alarma…

— ¡Estoy despierta! —exclamó Ifigenia, enderezándose de sopetón. Sus ojos cafés estaban abiertos de par en par y un mechón azabache pendía sobre su frente en línea diagonal.

Resulta difícil decidir cuál de los dos compuso la expresión más cómica: ella, con la boca abierta por un bostezo que se le pasmó al reparar en la persona que tenía adelante; o él, pillado in fraganti con los brazos alzados sosteniendo el sobretodo, las cejas arqueadas y los ojos paralizados de vergüenza. Por suerte, uno de los dos era actor.

—Buenas tardes — balbuceó Minho en coreano, colgándose el gabán por encima del hombro con un aire nervioso que quiso hacer pasar por displicente.

— ¡Espere! — Dijo Ifigenia, impidiéndole escabullirse por el umbral.

—¿Sí?

—Yo... —ella juntó las manos en señal de súplica — ¿puede…invitarme un café?


*


Mocaccino sin azúcar. Ifigenia sorbe el café, lento, y, al bajar el vaso de plástico, exhibe el clásico bigote de espuma. Minho la observa en el extremo opuesto de la mesa, por mero reflejo, se acaricia el labio superior con un dedo. Ninguno de los dos ha pronunciado palabra en minutos. Ella se aclara la garganta y examina la cafetería con curiosidad.

—No hay muchos clientes ¿eh?

—No suele haberlos a esta hora —contesta él en inglés.

—Ummm…—otro sorbito a la bebida, un tamborileo de dedos sobre el borde de la mesa— ¿De qué es el suyo? — comenta, fijándose en el vaso de su acompañante.

—Latte descafeinado.

—Ése es bueno.

—Lo es.

Ifigenia arrugó la nariz y ladeó el rostro hacia el mostrador, en el que se exhibía toda una colección de accesorios “cute”. Hurgó en su mente, sin embargo, el cansancio la tenía embotada y no era capaz de hallar un tema interesante para conversar. A buena hora se le había ocurrido soltar aquella absurda proposición.

«Invítame un café y luego dispárame por ser tan idiota. Gracias.»

— ¿Señorita Zambrano? — llamó Minho. ¿Acaso había estado hablándole?

— ¿Eh?

—Le preguntaba acerca de su estancia en Corea ¿qué le ha parecido?

—No es un país en el que quisiera vivir de forma permanente — Minho enarcó las cejas ante su respuesta. Lo había dicho sin anestesia, sin filtro, como solía sucederle cada vez que la pillaban desprevenida.

«Esto no está funcionando» pensó, abochornada y con ganas de estrellar su cabeza contra una pared. ¿En qué lío se había metido?





_________________________________

Acabo de poner este cap y, mientras tanto, escucho My Little Princess...ains...*maripositas mariconas*....

Feliz día,

mis tulipanes rojos para ustedes...

Belle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Jackson Pollock by Miltos Manetas