lunes, 1 de abril de 2013

Octantis- Segunda parte (II)


II


“Estoy loco, sí, seguramente sea eso, pero ¿quién puede rebatirme? ¿Quién convencerá a mi corazón de que esa criatura no forma parte de mi carne, que no merece la veneración de mi cuerpo ni la entrega de mi alma?...hombre, mujer, ¿qué más me da? ¡Es mía, es mía y nadie podrá impedirme reclamarla!”, dijo Mark, encarando el múltiple reflejo de sus ojos en los fragmentos del espejo roto…

El señor Lee cerró el libro y lo guardó en su maletín, leyendo una vez más el título del manoseado ejemplar antes de girar la llavecilla de metal en la cerradura.

Era jueves. Un jueves soleado y tranquilo en Villa Seúl.

      ¿Tío Lee? — dijo una vocecita a sus espaldas.
      ¿Cómo estás, Si Ah? — contestó él con una sonrisa, apartándose del ventanal.
      Bien— comentó la muchacha, sonriéndose. — La abuela y mamá te esperan.

Si Ah lo condujo por un estrecho corredor en cuyas paredes se apreciaban cuadros con fotografías, unas en blanco y negro, otras a color. El señor Lee reconoció a sus padres en varios retratos; también vio a un muchacho larguirucho y con el pelo azabache en punta, que se perpetuaba como una sombra en los momentos capturados por los flashes…

“Sólo el tiempo es poco…”, citó en su mente, recordando las líneas de un drama.   

Su sobrina se apartó mientras abría la puerta corrediza. Al entrar, el señor Lee puso el maletín en el suelo y saludó a su madre con una reverencia, luego hizo ademán de sentarse sobre sus pantorrillas.

    Deja eso, no es bueno para tus rodillas. Adopta una postura más cómoda — ordenó la madre.
El señor Lee obedeció.
 No estás con tu esposa — observó la hermana, situada junto a ella, como si aquél hecho denotara alguna fatalidad.
      Suk Chul cree que aún estoy en Busan.
      ¿Viniste primero hasta aquí? ¿Por qué? — preguntó su noona mientras servía el té.
      Estás evitándola por lo de Dae Hyun — intervino la madre, levantando el meñique al sorber su bebida — Pero eso no es todo.
El señor Lee hizo un amago de sonrisa.
      No puedo volver a ella, no cuando tengo los ojos tan empañados por el pasado — murmuró.
      ¿Qué piensas hacer con respecto a Dae Hyun?
      Él está determinado, aunque Suk Chul no cederá tan fácilmente — el señor Lee aceptó la taza que le tendía su hermana — sin embargo, algo me dice que, ya sea con nuestra aprobación o sin ella, Dae Hyun se casará con la chica. En ese sentido es tan tozudo como su madre, y además cuenta con el estimulo de la juventud, que le da a uno cierta sensación de temeridad — rió — yo también lo viví.    
      Exacto. Y tomaste la decisión correcta.
      ¿Lo hice? — el señor Lee bajó la taza y miró directamente a su madre — Últimamente se me viene a la mente aquella conferencia de 2009 en la que me preguntaron qué superpoder me gustaría tener. La capacidad de retroceder en el tiempo, sin duda…saber qué habría sucedido si yo…
El pasado es una cuna de fantasmas, hijo. No los persigas.

El señor Lee contuvo un suspiro y apuró de un trago lo que quedaba del té. Después de unos minutos de silencio se dirigió a su madre: — ¿Puedo pasar la noche aquí?

***

      ¿Todavía con ese libro? Creí que sólo lo tenías para impresionar al staff — dijo el mánager, mirando hacia el asiento trasero a través del espejo retrovisor.

Minho pasó otra página, su expresión concentrada no se alteró ni un ápice, como si no hubiera escuchado las palabras de su hyung.

      Como sea — prosiguió éste — escuché que Hyun Bin rechazó la audición en el último minuto y que Park Shi Hoo está envuelto en un escándalo, por lo que ninguno de tus competidores principales representa un obstáculo ahora — se escuchó el chasquido de un mechero — Es una lástima lo del señor Park, uno no puede ser lo bastante cuidadoso estos días. Me alegra que tú seas un hombre prudente.

 Minho cerró el libro y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, murmurando para sí mismo algo parecido a “con que era por eso”.

      ¿Y la escritora estaba allí? ¿la extranjera? ¿Cómo es? Un hyung de producción me dijo que era joven.

«Lo es. Debe ser al menos unos cuatro o cinco años menor que yo», pensó Minho, sintiendo una leve punzada de irritación.

      Yo escuché que ella no quería a nuestro Minho para el papel — comentó el estilista desde el lado del copiloto.
      ¿¡Cómo!? ¿¡Y qué tiene ella que decir sobre nuestro muchacho!?
      Hyung, ¿puedes detenerte en ese callejón, por favor? — interceptó el “muchacho”.
      ¿Hum? ¿Allí? ¿Por qué?
      Helado — fue la simple respuesta.
*

Ifigenia está sentada en una de las mesas del fondo, con una servilleta recoge las migajas de la barquilla. Sus pensamientos siguen en la SBS. Aparentemente, ha cometido una imprudencia hoy. Baja la vista, el ejemplar de Obsidiana reposa cerca del portapapeles que contiene los perfiles de las candidatas para el rol de Callie.

      Moon Geun Young, Yoon Eun Hye, Min Hyo Ri…— se detiene, cierra la carpeta. Es imposible para ella memorizar tantos nombres. Contempla la servilleta hecha una pelota, aún no ha tenido suficiente helado. Chequea el reloj: Hee Jin está retrasada, se supone que la acompañará al hotel. Ifigenia le envía un mensaje de texto y se prepara para consumir otra porción de red velvetHace ademán de incorporarse y avanza hacia el mostrador, los pasos cortos arriban a su destino a la par con las zancadas del otro cliente. Ifigenia hace una mueca y se pone delante del sujeto: ella ha llegado primero. Detrás se oye una risita.

Realiza su pedido, no se le escapa el gesto divertido de la vendedora ante su nada fluida pronunciación del coreano. Más tarde se quejará con Hee Jin. Esboza una sonrisa de cortesía y acepta la copa de helado, al girarse mira de reojo al otro individuo de la fila…la cucharita con su primer bocado se detiene a medio camino: Lee Minho está frente a ella. Está usando gafas y tiene puesta la capucha de un suéter pero definitivamente es él.  

Lee Minho, el actor que había rechazado, la persona que la había impulsado a recitar las líneas de su propia novela durante el casting de aquel día; el hombre que no se había desprendido de su cabeza desde entonces. Ifigenia dio un paso hacia atrás y pegó la espalda del mostrador.

      ¿Ocurre algo, cliente? — pregunta en coreano la vendedora.
      No — niega Ifigenia, alejándose. Por suerte, sus reflejos evasivos son de acción rápida.   
      Disculpe — la interpela una voz masculina. Ifigenia se remonta a horas atrás, todavía tiene frescas en su mente las miradas atónitas de sus “colegas” cuando, impulsada por esa misma voz, se levantó de su silla de jurado y comenzó a recitar las líneas de su propia novela junto con el aspirante número doce.
      ¿Sí?
      Su blusa…— el hombre carraspeó —…se manchó “allí” con el helado…— y le extendió una servilleta.
Ifigenia se auto-examinó: en efecto, unas gotitas de red velvet se escurrían por el pecho de su blusa blanca.
      Caray…— ella alargó la mano para recibir el papel.    

Los dedos se tocaron, fue un roce mínimo. Ifigenia dio unas rígidas gracias. Minho se limitó a inclinar el mentón y le volvió la espalda, en el bolsillo izquierdo de su pantalón se escondió un puño. Ella corrió a refugiarse a la sombra de su mesa y lo estuvo espiando por el rabillo del ojo hasta que se marchó. No sería hasta mucho después que caería en cuenta de cierto detalle: al salir de la heladería, el señor Lee estaba cojeando.



Esa noche, un paparazzi que había reconocido a Minho lo fotografió por casualidad al avistarlo fuera del local; por su parte, la foto que tomó de la extranjera había sido un simple antojo (¿tal vez una corazonada?). No había forma de vincularlos para un escándalo, ni para alguna noticia que valiera la pena mencionar en la sección de farándula.

Bueno, quizá no por el momento. Sin embargo, un buen paparazzi sabía “esperar”.   
.
.
«¿Por qué cojeaba? En el estudio no mostró dificultades para caminar».
Ifigenia para de teclear y entrelaza las manos por debajo de la barbilla. Hace tres horas que está en el hotel. Su cabello negro gotea sobre la toalla que tiene alrededor del cuello. Frunce el ceño y chasquea la lengua, «y a mí qué me importa», se regaña mientras apaga el ordenador y retira el pendrive del puerto USB. Mañana seguirá trabajando en el bosquejo del guión para la mini serie (una de las condiciones que había estipulado en el contrato con el señor de apellido impronunciable).

Se tumba en la cama en posición de cruz y fija la vista en el techo. Apenas si siente sus posaderas, no ha aprendido a relacionar los nombres del equipo con sus caras, su coreano es pésimo y ha tenido una metedura de pata fenomenal para alimentar a las malas lenguas, como si la buena sociedad coreana no tuviera suficiente con que señalarla. Si lo piensa bien, su primera jornada en la SBS no ha estado tan mal.

«¿Qué estoy haciendo aquí, tan lejos de mi hogar, de mi familia, de mi tierra y mis costumbres?». Ifigenia se acurruca de costado y mira el teléfono encima de la mesita de noche, las lágrimas afloran en sus ojos. Otra vez el fastidioso síndrome del extranjero. Le dan ganas de volver a encender la computadora y activar el skype, de repente consigue pescar conectada a su hermana Cecilia y charlan un rato. No. No, no, no. ¿Acaso no se prometió que viviría una aventura, que iría con ese viaje hasta sus máximas consecuencias? Pues sí, lo hizo. Y Tanis Ifigenia Zambrano no es una mujer que se retracte de sus promesas. Si llama a su hermana, tomará el primer vuelo de regreso a casa. No, mejor optar por lo seguro: le escribirá un correo electrónico… una vez que esté más sosegada. Sí, eso hará.

Resuelta esta cuestión, Ifigenia vuelve a pasar revista de su día (la veta masoquista y bipolar era una herencia de su árbol genealógico). Lástima que sus dos candidatos predilectos no hubieran podido comparecer al casting.

Debe aceptar que tuvo que morderse la lengua luego de haber cuestionado mentalmente la posición del director acerca de ver actuar a Lee Minho. Ifigenia recuerda el modo en que lo vio entrar a la habitación, su porte confiado, su expresión determinada, la copia de “Obsidiana” asida en la mano izquierda. En su imaginación puede revivir su sonrisa, la chispa pícara de aquellos orbes oscuros…”demasiado brillante”, había corroborado ella nada más inspeccionar su aspecto. Después había pasado eso. El aspirante número doce se había situado en el centro de la habitación, colocándose detrás de una silla, que había sido dispuesta en ese lugar con un doble fin: reposo e interacción.

Esto Ifigenia lo había captado mediante la observación del comportamiento de los aspirantes. A diferencia de los debutantes, que solo empleaban la silla para el primer caso, los “sunbaes” o actores de mayor rango utilizaban el objeto como un “signo” que los ayudaba a contextualizar su interpretación, a apoyarse en el personaje, como si fuera un trozo de realidad paralela, un trozo del mundo de Obsidiana. Minho había encajado en la segunda categoría. Ifigenia lo ve claro en su cabeza. La transformación de él...como si se quitara un traje y se enfundara otro, el traje de “Mark”. Lo recuerda con el pie recargado en el regazo de la silla, la espalda ligeramente arqueada, los ojos recorriendo los párrafos de las hojas. El director le había dado espacio para que se preparara. Al cabo de unos instantes, el señor Lee había cerrado el libro y se había sentado, con las piernas abiertas y los brazos sobre las rodillas, la expresión desdibujada, “agridulce”, si es que una expresión puede catalogarse de esa manera.

El corazón de Ifigenia late deprisa. Minho se incorpora, de cara a la silla, y  enfrenta al objeto inanimado como si se tratara de un enemigo: “¿Quién convencerá a mi corazón de que esa criatura no forma parte de mi carne, que no merece la veneración de mi cuerpo ni la entrega de mi alma?” Ifigenia también está levantada. “¡Es mía, es mía y nadie podrá impedirme reclamarla!” En el momento en que citó esas últimas palabras, Lee Minho la miró directamente, sus ojos se vieron tan negros como la obsidiana.


Se despierta sobresaltada, el reloj marca las dos de la madrugada. ¿Cuándo se durmió? No lo sabe pero eso no tiene relevancia. Ifigenia se calza las pantuflas y busca el ejemplar de su novela, la edición de bolsillo que su editora le regalara el mes pasado, el librito está en su maleta; pasa las páginas hasta topar con el capítulo dieciocho. Es en ese capítulo donde se aclara la razón de que Mark cojee: una herida de bala que recibió en la pierna derecha. El ex policía no había permitido que le retiraran los fragmentos del proyectil porque eran un recordatorio…

      Será posible…—murmuró Ifigenia — ¿será posible que ese hombre esté asimilando a Mark?
Si eso era cierto, Lee Minho estaba demostrando ser una persona más interesante de lo que ella había creído.

Continuará...

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Está demostrado que la página en blanco no es tan aterradora cuando escribo sobre ti, especialmente en estos días que me tienen con el alma en vilo; esta historia me reporta una alegría. 

Gracias a quien tenga ocasión de leer,

mis tulipanes rojos para ti.



1 comentario:

  1. ¡Hola! Gracias por publicar esta fantástica Fic. Yo vengo de otro foro donde sólo estaba hasta el capítulo 3, ¡Por favor que ahora esté completa! Me parece una historia tan interesante, con tanto contenido y prolija, por lo cual felicito a su autora, realmente me gustaría seguir leyendo más de tus ejemplares. Saludos desde Chile - Alexandra.-

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Jackson Pollock by Miltos Manetas