II
“Estoy
loco, sí, seguramente sea eso, pero ¿quién puede rebatirme? ¿Quién convencerá a
mi corazón de que esa criatura no forma parte de mi carne, que no merece la
veneración de mi cuerpo ni la entrega de mi alma?...hombre, mujer, ¿qué más me
da? ¡Es mía, es mía y nadie podrá impedirme reclamarla!”, dijo Mark, encarando
el múltiple reflejo de sus ojos en los fragmentos del espejo roto…
El
señor Lee cerró el libro y lo guardó en su maletín, leyendo una vez más el
título del manoseado ejemplar antes de girar la llavecilla de metal en la
cerradura.
Era
jueves. Un jueves soleado y tranquilo en Villa Seúl.
—
¿Tío
Lee? — dijo una vocecita a sus espaldas.
—
¿Cómo
estás, Si Ah? — contestó él con una sonrisa,
apartándose del ventanal.
—
Bien— comentó la muchacha, sonriéndose. — La abuela y mamá te
esperan.
Si
Ah lo condujo por un estrecho corredor en cuyas paredes se apreciaban cuadros
con fotografías, unas en blanco y negro, otras a color. El señor Lee reconoció a
sus padres en varios retratos; también vio a un muchacho larguirucho y con el
pelo azabache en punta, que se perpetuaba como una sombra en los momentos
capturados por los flashes…
“Sólo
el tiempo es poco…”, citó en su mente, recordando las líneas de un drama.
Su
sobrina se apartó mientras abría la puerta corrediza. Al entrar, el señor Lee
puso el maletín en el suelo y saludó a su madre con una reverencia, luego hizo
ademán de sentarse sobre sus pantorrillas.
— Deja
eso, no es bueno para tus rodillas. Adopta una postura más cómoda — ordenó la madre.
El señor Lee obedeció.
— No
estás con tu esposa — observó la
hermana, situada junto a ella, como si aquél hecho denotara alguna fatalidad.
—
Suk
Chul cree que aún estoy en Busan.
—
¿Viniste
primero hasta aquí? ¿Por qué? — preguntó su noona
mientras servía el té.
—
Estás
evitándola por lo de Dae Hyun — intervino la
madre, levantando el meñique al sorber su bebida — Pero eso no es todo.
El señor Lee hizo un amago de sonrisa.
—
No
puedo volver a ella, no cuando tengo los ojos tan empañados por el pasado — murmuró.
—
¿Qué
piensas hacer con respecto a Dae Hyun?
—
Él
está determinado, aunque Suk Chul no cederá tan fácilmente — el señor Lee aceptó la taza que le tendía su hermana — sin
embargo, algo me dice que, ya sea con nuestra aprobación o sin ella, Dae Hyun
se casará con la chica. En ese sentido es tan tozudo como su madre, y además
cuenta con el estimulo de la juventud, que le da a uno cierta sensación de
temeridad — rió — yo también lo viví.
—
Exacto.
Y tomaste la decisión correcta.
—
¿Lo
hice? — el señor Lee bajó la taza y miró
directamente a su madre — Últimamente se me viene a la mente aquella
conferencia de 2009 en la que me preguntaron qué superpoder me gustaría tener.
La capacidad de retroceder en el tiempo, sin duda…saber qué habría sucedido si
yo…
—El
pasado es una cuna de fantasmas, hijo. No los persigas.
El señor Lee contuvo un suspiro y apuró de un trago lo que
quedaba del té. Después de unos minutos de silencio se dirigió a su madre: — ¿Puedo
pasar la noche aquí?
***
—
¿Todavía
con ese libro? Creí que sólo lo tenías para impresionar al staff — dijo el mánager, mirando hacia el asiento trasero a través
del espejo retrovisor.
Minho pasó otra página, su expresión
concentrada no se alteró ni un ápice, como si no hubiera escuchado las palabras
de su hyung.
—
Como
sea — prosiguió éste — escuché que Hyun Bin
rechazó la audición en el último minuto y que Park Shi Hoo está envuelto en un
escándalo, por lo que ninguno de tus competidores principales representa un
obstáculo ahora — se escuchó el chasquido de un mechero — Es una lástima lo del
señor Park, uno no puede ser lo bastante cuidadoso estos días. Me alegra que tú
seas un hombre prudente.
Minho cerró el libro y apoyó la cabeza en
el respaldo del asiento, murmurando para sí mismo algo parecido a “con que era
por eso”.
—
¿Y la escritora estaba
allí? ¿la extranjera? ¿Cómo es? Un hyung de producción me dijo que era joven.
«Lo es. Debe ser al menos unos cuatro o
cinco años menor que yo», pensó Minho, sintiendo una leve punzada de
irritación.
—
Yo
escuché que ella no quería a nuestro Minho para el papel — comentó el estilista desde el lado del copiloto.
—
¿¡Cómo!?
¿¡Y qué tiene ella que decir sobre nuestro muchacho!?
—
Hyung,
¿puedes detenerte en ese callejón, por favor? —
interceptó el “muchacho”.
—
¿Hum?
¿Allí? ¿Por qué?
—
Helado
— fue la simple respuesta.
*
Ifigenia
está sentada en una de las mesas del fondo, con una servilleta recoge las
migajas de la barquilla. Sus pensamientos siguen en la SBS. Aparentemente, ha
cometido una imprudencia hoy. Baja la vista, el ejemplar de Obsidiana reposa cerca del portapapeles
que contiene los perfiles de las candidatas para el rol de Callie.
—
Moon
Geun Young, Yoon Eun Hye, Min Hyo Ri…— se detiene, cierra
la carpeta. Es imposible
para ella memorizar tantos nombres. Contempla la
servilleta hecha una pelota, aún no ha tenido suficiente helado. Chequea el
reloj: Hee Jin está retrasada, se supone que la acompañará al hotel. Ifigenia
le envía un mensaje de texto y se prepara para consumir otra porción de red
velvet. Hace ademán de incorporarse y avanza
hacia el mostrador, los pasos cortos arriban a su destino a la par con las
zancadas del otro cliente. Ifigenia hace una mueca y se pone delante del
sujeto: ella ha llegado primero. Detrás se oye una risita.
Realiza su pedido, no se le escapa el
gesto divertido de la vendedora ante su nada fluida pronunciación del coreano. Más
tarde se quejará con Hee Jin. Esboza una sonrisa de cortesía y acepta la copa
de helado, al girarse mira de reojo al otro individuo de la fila…la cucharita
con su primer bocado se detiene a medio camino: Lee Minho está frente a ella.
Está usando gafas y tiene puesta la capucha de un suéter pero definitivamente
es él.
Lee
Minho, el actor que había rechazado, la persona que la había impulsado a
recitar las líneas de su propia novela durante el casting de aquel día; el
hombre que no se había desprendido de su cabeza desde entonces. Ifigenia dio un
paso hacia atrás y pegó la espalda del mostrador.
—
¿Ocurre
algo, cliente? — pregunta en coreano la vendedora.
—
No — niega Ifigenia, alejándose. Por suerte, sus reflejos
evasivos son de acción rápida.
—
Disculpe
— la interpela una voz masculina. Ifigenia se
remonta a horas atrás, todavía tiene frescas en su mente las miradas atónitas
de sus “colegas” cuando, impulsada por esa misma voz, se levantó de su silla de
jurado y comenzó a recitar las líneas de su propia novela junto con el
aspirante número doce.
—
¿Sí?
—
Su
blusa…— el hombre carraspeó —…se manchó “allí”
con el helado…— y le extendió una servilleta.
Ifigenia se auto-examinó: en efecto, unas gotitas de red velvet se escurrían por el
pecho de su blusa blanca.
—
Caray…— ella alargó
la mano para recibir el papel.
Los
dedos se tocaron, fue un roce mínimo. Ifigenia dio unas rígidas gracias. Minho
se limitó a inclinar el mentón y le volvió la espalda, en el bolsillo izquierdo
de su pantalón se escondió un puño. Ella corrió a refugiarse a la sombra de su
mesa y lo estuvo espiando por el rabillo del ojo hasta que se marchó. No sería hasta mucho después que caería en cuenta de cierto
detalle: al salir de la heladería, el señor Lee estaba cojeando.
Esa noche, un
paparazzi que había reconocido a Minho lo fotografió por casualidad al
avistarlo fuera del local; por su parte, la foto que tomó de la extranjera
había sido un simple antojo (¿tal vez una corazonada?). No había forma de
vincularlos para un escándalo, ni para alguna noticia que valiera la pena
mencionar en la sección de farándula.
Bueno, quizá no por el momento. Sin embargo, un buen
paparazzi sabía “esperar”.
.
.
«¿Por qué cojeaba? En el estudio no
mostró dificultades para caminar».
Ifigenia para de teclear y entrelaza las
manos por debajo de la barbilla. Hace tres horas que está en el hotel. Su
cabello negro gotea sobre la toalla que tiene alrededor del cuello. Frunce el
ceño y chasquea la lengua, «y a mí qué me importa», se regaña mientras apaga el
ordenador y retira el pendrive del puerto USB. Mañana seguirá trabajando en el
bosquejo del guión para la mini serie (una de las condiciones que había
estipulado en el contrato con el señor de apellido impronunciable).
Se tumba en la cama en posición de cruz y
fija la vista en el techo. Apenas si siente sus posaderas, no ha aprendido a
relacionar los nombres del equipo con sus caras, su coreano es pésimo y ha
tenido una metedura de pata fenomenal para alimentar a las malas lenguas, como
si la buena sociedad coreana no tuviera suficiente con que señalarla. Si lo
piensa bien, su primera jornada en la SBS no ha estado tan mal.
«¿Qué estoy haciendo aquí, tan lejos de
mi hogar, de mi familia, de mi tierra y mis costumbres?». Ifigenia se acurruca
de costado y mira el teléfono encima de la mesita de noche, las lágrimas
afloran en sus ojos. Otra vez el fastidioso síndrome del extranjero. Le dan
ganas de volver a encender la computadora y activar el skype, de repente
consigue pescar conectada a su hermana Cecilia y charlan un rato. No. No, no,
no. ¿Acaso no se prometió que viviría una aventura, que iría con ese viaje
hasta sus máximas consecuencias? Pues sí, lo hizo. Y Tanis Ifigenia Zambrano no
es una mujer que se retracte de sus promesas. Si llama a su hermana, tomará el
primer vuelo de regreso a casa. No, mejor optar por lo seguro: le escribirá un
correo electrónico… una vez que esté más sosegada. Sí, eso hará.
Resuelta esta cuestión, Ifigenia vuelve a
pasar revista de su día (la veta masoquista y bipolar era una herencia de su
árbol genealógico). Lástima que sus dos candidatos predilectos no hubieran
podido comparecer al casting.
Debe aceptar que tuvo que morderse la
lengua luego de haber cuestionado mentalmente la posición del director acerca
de ver actuar a Lee Minho. Ifigenia recuerda el modo en que lo vio entrar a la
habitación, su porte confiado, su expresión determinada, la copia de “Obsidiana”
asida en la mano izquierda. En su imaginación puede revivir su sonrisa, la
chispa pícara de aquellos orbes oscuros…”demasiado brillante”, había corroborado
ella nada más inspeccionar su aspecto. Después había pasado eso. El aspirante número doce se había
situado en el centro de la habitación, colocándose detrás de una silla, que
había sido dispuesta en ese lugar con un doble fin: reposo e interacción.
Esto Ifigenia lo había captado mediante
la observación del comportamiento de los aspirantes. A diferencia de los
debutantes, que solo empleaban la silla para el primer caso, los “sunbaes” o
actores de mayor rango utilizaban el objeto como un “signo” que los ayudaba a
contextualizar su interpretación, a apoyarse en el personaje, como si fuera un
trozo de realidad paralela, un trozo del mundo de Obsidiana. Minho había
encajado en la segunda categoría. Ifigenia lo ve claro en su cabeza. La
transformación de él...como si se quitara un traje y se enfundara otro, el
traje de “Mark”. Lo recuerda con el pie recargado en el regazo de la silla, la
espalda ligeramente arqueada, los ojos recorriendo los párrafos de las hojas. El
director le había dado espacio para que se preparara. Al cabo de unos
instantes, el señor Lee había cerrado el libro y se había sentado, con las
piernas abiertas y los brazos sobre las rodillas, la expresión desdibujada,
“agridulce”, si es que una expresión puede catalogarse de esa manera.
El corazón de Ifigenia late deprisa. Minho
se incorpora, de cara a la silla, y
enfrenta al objeto inanimado como si se tratara de un enemigo: “¿Quién
convencerá a mi corazón de que esa criatura no forma parte de mi carne, que no
merece la veneración de mi cuerpo ni la entrega de mi alma?” Ifigenia también
está levantada. “¡Es mía, es mía y nadie podrá impedirme reclamarla!” En el
momento en que citó esas últimas palabras, Lee Minho la miró directamente, sus
ojos se vieron tan negros como la obsidiana.
Se despierta sobresaltada, el reloj marca
las dos de la madrugada. ¿Cuándo se durmió? No lo sabe pero eso no tiene
relevancia. Ifigenia se calza las pantuflas y busca el ejemplar de su novela,
la edición de bolsillo que su editora le regalara el mes pasado, el librito
está en su maleta; pasa las páginas hasta topar con el capítulo dieciocho. Es en
ese capítulo donde se aclara la razón de que Mark cojee: una herida de bala que
recibió en la pierna derecha. El ex policía no había permitido que le retiraran
los fragmentos del proyectil porque eran un recordatorio…
— Será posible…—murmuró Ifigenia — ¿será posible que ese hombre esté
asimilando a Mark?
Si eso era cierto, Lee Minho estaba demostrando
ser una persona más interesante de lo que ella había creído.
Continuará...
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Está demostrado que la página en blanco no es tan aterradora cuando escribo sobre ti, especialmente en estos días que me tienen con el alma en vilo; esta historia me reporta una alegría.
Gracias a quien tenga ocasión de leer,
mis tulipanes rojos para ti.
¡Hola! Gracias por publicar esta fantástica Fic. Yo vengo de otro foro donde sólo estaba hasta el capítulo 3, ¡Por favor que ahora esté completa! Me parece una historia tan interesante, con tanto contenido y prolija, por lo cual felicito a su autora, realmente me gustaría seguir leyendo más de tus ejemplares. Saludos desde Chile - Alexandra.-
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